El bienestar de la niñez según las etapas de su vida

 
 

Consideramos que un niño es todo ser humano desde su nacimiento hasta cumplidos los 18 años de edad, de acuerdo con la Convención sobre los Derechos del Niño (1989). Niños y niñas de distintas edades tienen necesidades y experiencias diversas, enfrentando brechas a nivel intergeneracional e intrageneracional, brechas que además, se cruzan con variables como género o etnia (CEPAL, 2014).

Para sistematizar y analizar los datos de forma agrupada, proponemos cuatro etapas del ciclo vital de niñas, niños y adolescentes, y de sus madres:

Gestación: es el período desde que se fecunda el feto hasta el momento del parto. En general, existe consenso en que desde la gestación y hasta los 5 años, hay una etapa crítica para asegurar un buen comienzo en la vida (Shonkoff & Philipps, 2000; OCDE, 2021). Los cuidados prenatales y el tipo de nacimiento, como el nacimiento prematuro o el bajo peso al nacer, son indicadores de potenciales problemas que afectarán a la niñez en su desarrollo a corto y largo plazo, influyendo en, por ejemplo, una salud más deficiente y un nivel educativo más bajo (Almond, Currie and Duque, 2018).

Primera infancia: consideramos esta etapa desde el nacimiento hasta los 5 años de vida de una niña o niño. Independiente de la definición que se utilice en términos de edad, existe consenso en la literatura que la primera infancia se caracteriza por un extraordinario desarrollo del cerebro humano, y una compleja interacción de conexiones cerebrales que se establecen a una velocidad sin precedentes en el ciclo vital, una ventana de oportunidad que no se repetirá posteriormente, y que ejercen un impacto sumamente significativo en el desarrollo cognitivo, emocional, físico y social de niñas y niños en formación (UNICEF, 2021).

 
 

Además, es un período crítico durante el cual los seres humanos son particularmente susceptibles a las influencias ambientales, lo que confiere una importancia excepcional a las experiencias vividas en este lapso. En esta se requiere una nutrición adecuada para garantizar un correcto desarrollo físico y cognitivo, maduración del sistema nervioso y el fortalecimiento del sistema inmunológico, elementos esenciales para la salud y el futuro bienestar. Por lo tanto, la primera infancia constituye las bases para un desarrollo óptimo a lo largo de la vida. Si bien Chile reconoce el deber del Estado en la promoción y provisión de educación parvularia en todos sus niveles (Ministerio de Educación, 2009), estos no constituyen un requisito para el ingreso a la educación básica (que en Chile corresponde a los 6 años de edad).

Infancia media: corresponde a las niñas y niños entre los 6 y 12 años de vida, según la OCDE. Esta etapa es importante para la consolidación de las habilidades aprendidas en la primera infancia y coincide con el período en que se involucran más en la vida escolar. También, en esta etapa los mundos sociales de la niñez se expanden, surgen desafíos como la autorregulación y el control, la capacidad de leer y comprender las expectativas de los nuevos entornos sociales (Mah and Ford-Jones, 2012), se practican y refinan las competencias sociales, y comienzan a atribuir valores morales a su propio comportamiento y al de los demás (Daniel et al., 2020; OCDE, 2021).

Adolescencia: es la etapa entre los 13 y los 17 años de edad. Este es un período crítico en el curso de la vida, ya que se pueden adquirir y establecer muchos de los factores que contribuyen al bienestar actual y futuro (Ross et al., 2020). También, este momento se asocia con importantes cambios neuroconductuales, surgiendo nuevos desafíos y un aumento en los comportamientos de riesgo, pero también nuevas oportunidades para el aprendizaje social, emocional y motivacional (UNICEF, 2017; Patton et al., 2016). La evidencia sugiere que adolescentes que experimentan afectos positivos durante esta etapa transitan con menos dificultades emocionales y relacionales a la edad adulta temprana (Kansky, Allen and Diener, 2016). Por otro lado, las y los adolescentes dependen de sus entornos, tanto para obtener los recursos necesarios para un desarrollo saludable como para su protección (Patton et al., 2016; OCDE, 2021), aunque también es un momento de búsqueda de mayor independencia social y económica, y el desarrollo de la autonomía personal y social. Además, esta etapa se caracteriza por la maduración física, sexual y la capacidad para el razonamiento abstracto (UNICEF, 2017), y se consolida el desarrollo de la identidad y la adquisición de las habilidades necesarias para cumplir roles adultos y establecer relaciones adultas (OCDE, 2021).